Ella sí, merecía de su amor.


Ella no se negó a mirarlo. Nunca le haría eso. Sería una falta de amor y ella, era inconscientemente coherente. 
Y le miró. 
Desde una profundidad que él no conocía hasta ahora.

No mereces de mi amor. -Le dijo ella con voz dulce, sin ápice de reproche, con las manos abiertas, mirando hacia arriba. Mostrando sin querer la nada que la había consumido durante meses.

Él, en silencio, como siempre. Pero en esta ocasión, a ella, no le dolió. Solo sintió una profunda compasión.

Durante mucho tiempo le escuchó, 
le sujetó, 
le levantó, 
le secó las lágrimas, 
absorbió su rabia como un agujero negro para que no se ahogara, 
le prestó su aliento para volver al presente, 
le regaló su sexo y le amó, 
todos y cada uno de aquellos días.

Ella, entendía por qué él hacía todo lo que hacía. Y sabía que él, no sabía hacerlo mejor. 

Pero ella sí. 
No solo sabía hacerlo mejor sino que podía y lo elegía justo en ese instante en el que él, conscientemente, decidió no ahorrarle ni un segundo de sufrimiento. 

Devuélveme por favor, mi última confianza.- le pidió serena. 

¿Para qué la quieres? preguntó él molesto.- me la entregaste a mi. 

Errar es humano.- le sonrío ella.- Y, la necesitaré una última vez.

Cerró los ojos, hizo una profunda inspiración y la guardó de nuevo en su corazón.

Asiendo su maleta roja, se dio la vuelta, dejando atrás el dolor de caminar junto a un hombre con los ojos en la espalda, con un pasado tan presente que no dejó lugar a nada más. 

Y se abrió a la vida, decidida a AMARSE porque ella sí, merecía de su amor.

©Tania Evans, (Hombres con llave)

Fotografía Adam Martinakis




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