La metamorfosis


no cesa.

A tientas, se da una nueva oportunidad
en equilibrio sólido frente al abismo.

La piel se desprende como aquel verano
cuando el sol la abrasó a los 14 años
arrojando a la niña lejos de sus huesos.

Cayó, 
desnuda 
con los ojos abiertos 
y las manos encendidas.

Durante décadas voló
incendiando aldeas, 
evaporando lagos, 
prendiendo calor en las costillas de los más desamparados.

En el solsticio ártico
se permitía abrazar por el sol de medianoche
y con las mejillas en carne viva
se deshacía rendida a su oscuridad.

A veces, 
observaba el paso del tiempo
fotograma a fotograma
con la eterna pregunta 
atrapada en la lengua.

El origen.
La fuente.
La cura.

En su búsqueda 
descubrió la naturaleza de la luz 
y la vida de las sombras.

En este presente que se escapa de los dedos
ya es una con los elementos.
Habita en las húmedas raíces de los bosques
y se abre como una flor de baobap,
blanca 
iluminando la noche 
dispuesta a recibir jubilosa la vida
en el beso fugaz del vampiro alado.

Justo, 
antes de cerrarse 
en un último gesto
siente como se ordenan los huesos
la piel ensortija la carne recién abierta
crece el pelaje 
y un aullido emerge recordando su nombre.

No es una ángel.
Es una loba que mira de frente
que abraza el miedo con las garras y corre.


La vida, no espera.

©Tania Evans, La psicología del Fénix

Cursiva recordando a mi querida Gloria Fuertes.