Cracovia Café.



Ella cruza las calles saltándose los semáforos de tres en tres.

No le preocupa llegar tarde.

Es otra cosa lo que la empuja a ahorrar segundos.
Sabe que él estará allí mucho antes y no quiere dejar ni uno sin vivir-le, en esa tarde en la que podrá tenerlo solo para ella, por primera y última vez.

Apenas le queda aire cuando dobla la esquina y de repente lo ve, “Cracovia café”.
Comienza a temblar desde el ombligo.

Al corazón le han salido unos brazos que no sabe si la oprimen o la expanden y
unas piernas que parecen tomar carrerilla para recorrer los últimos metros que les separan de ese tatuarse mutuamente, de asumir la condena de una vida sabiendo qué melodía resulta del encuentro de sus cuerpos, de contemplar la tibieza de sus ojos con luz de madrugada, de paladear la piel que habla y cuenta historias con finales felices en universos paralelos, donde los contratos prescriben y se renuevan cada día, sin daño a terceros.
  
Sin darse cuenta se ha detenido en mitad de la calle elevando el rostro, mirando tan adentro que puede ver a través de su piel.
El cielo besa con dulzura tierna la mejilla derecha. Le acaricia el labio, de arriba abajo, como si estuviera recibiendo un adelanto de sus dedos, dibujando corazones en su rostro a través de sus pecas.

Llueve ligeramente y todo huele igual que esas noches en las que se mezclaron  y estremecieron en la distancia a través de un teclado.

Escucha ventanas aplaudir cómplices de la lluvia y la ligera brisa que se ha despertado, como animándola a dar los últimos pasos para, irremediablemente, perderse en él.

Mientras, el mundo se mueve sin parar a través de la gente…

©Tania Evans
Extracto poemario Imaginación ilegal
El nombre del lugar de la cita, Cracovia Café, es un homenaje a Carlos Salem, (al que admiro y quiero con locura) por el libro que me enamora cada vez que lo devoro, Cracovia sin ti.

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